Si estás leyendo este artículo, quizá seas un apasionado de la conducta infantil o, más probablemente, estás viviendo rabietas frecuentes con tu peque y buscas una guía clara para entender qué está pasando. Aunque “todos los niños tienen rabietas” y existe muchísima información —solo hay que dar una vuelta por cualquier librería—, la realidad es que vivir una rabieta real poco tiene que ver con lo que nos imaginamos.
Si atendemos al refranero popular, gran transmisor de sabiduría, encontramos ideas como:
“Más vale prevenir que curar”
“Quien evita la ocasión, evita el peligro”
“Más vale un ‘no’ a tiempo que mil ruegos”
Pero… en el día a día, todo esto se queda corto cuando llega una rabieta de verdad.
Las rabietas infantiles son comportamientos de oposición que forman parte del desarrollo normal entre los 18 meses y los 4 años. Suelen manifestarse como enfado, llanto, gritos o pataletas, y en algunos casos pueden incluir intentos de autolesión.
A partir de los 2 años, los niños mejoran notablemente su desarrollo motor: caminan sin apenas caerse, trepan, manipulan objetos… y comienza la conocida “adoslescencia”, donde el “no” se convierte en su palabra favorita. Además, esta etapa está marcada por un fuerte egocentrismo normativo, que dificulta aceptar límites, incluso los más bienintencionados. Como todavía no tienen herramientas cognitivas para razonar o negociar, utilizan la rabieta como forma de expresión y defensa.
Esta etapa se va superando entre los 5 y 6 años, cuando adquieren nuevas estrategias de regulación emocional.
Tipos de rabietas: no todas son iguales
Las rabietas no siempre tienen el mismo origen. Comprender el tipo ayuda a manejar la situación de forma más efectiva:
Rabieta emocional: Provocada por cansancio, hambre, sueño o frustración. Es la más común y suele ser explosiva pero breve.
Rabieta instrumental: El niño la utiliza para intentar cambiar el comportamiento del adulto. Si obtiene lo que quiere, se refuerza y tiende a repetirse.
Rabieta sensorial: Aparece como respuesta protectora ante estímulos sensoriales intensos (ruidos, luces, golpes). Muy habitual en peques con alta sensibilidad.
Rabieta por límites: Surge cuando se establece una norma nueva o un límite firme. Es la clásica rabieta por “injusticia” desde su lógica egocéntrica.
La “adoslescencia” infantil combina exploración, autonomía y deseo de independencia. Por eso, las rabietas normales suelen cumplir estas características:
Frecuencia: es esperable al menos una rabieta por semana, aunque pueden ser más frecuentes.
Duración: típicamente entre 1 y 15 minutos. Rabietas de 20–30 minutos son más probables si hay factores ambientales que las refuerzan.
Intensidad: puede ir desde quejidos o llantos hasta patadas o golpes. Los primeros son más habituales; los segundos deben observarse con atención.
Señales de alarma: cuándo las rabietas pueden indicar otro problema
Aunque las rabietas son normales, hay situaciones en las que conviene consultar con un especialista en psicología infantil. Algunas señales de alerta incluyen:
Rabietas muy prolongadas que no se calman nunca.
Agresión hacia otros o autoagresión recurrente.
Impacto en el sueño, la convivencia familiar o la escuela.
Escasa o nula comunicación verbal, que impide expresar necesidades o emociones.
Rabietas desproporcionadas ante cualquier límite o situación mínima.
Detectarlas a tiempo permite ofrecer al niño apoyo y herramientas antes de que el patrón se vuelva más intenso.
Aunque las rabietas forman parte del desarrollo, conviene solicitar ayuda cuando aparecen:
Rabietas diarias e intensas.
Daño físico (a sí mismo o a otros).
Ausencia de lenguaje o dificultades importantes de comunicación.
Muy baja tolerancia a cualquier frustración.
Preguntas frecuentes sobre rabietas infantiles
¿Cuánto dura una rabieta normal?
¿Qué hago si mi hijo se golpea?
¿Cómo calmar una rabieta en público?
¿Por qué las rabietas son peores con la madre?
¿Las rabietas son manipulativas?
¿Por qué lloran “sin motivo”?
La pregunta no es solo por qué aparecen —ya sabemos que son esperables—, sino por qué se mantienen. La causa más frecuente es el refuerzo intermitente e involuntario. Es decir: cuando el adulto, desesperado, cede “solo esta vez” para que el niño deje de gritar. Este tipo de refuerzo funciona como una tragaperras: no siempre hay premio, pero cuando lo hay, el comportamiento se fortalece.
Otros factores que mantienen las rabietas:
Evitar normas o situaciones incómodas.
Ganar control sobre el entorno (“no quiero irme del parque”).
Buscar atención extra en momentos tensos.
La clave para romper el ciclo es la consistencia: no ceder durante la rabieta y reforzar las conductas adecuadas.
Nuestro enfoque se basa en prevención, consistencia y acompañamiento respetuoso.
Cómo actuar ante las rabietas
Comprender la normalidad
Saber que la rabieta es desarrollo normativo ayuda a mantener la calma.
Establecer límites claros y coherentes
Pocos, claros, adaptados a su edad y compartidos por todos los cuidadores.
Priorizar la prevención
Rutinas de sueño, alimentación, anticipación, reducción de entornos estresantes…
Mantener la calma y no ceder
Ceder refuerza la rabieta y garantiza que vuelva a ocurrir. El “no” debe ser definitivo.