Las pantallas forman parte del día a día de niños y adolescentes. Más del 70% de los menores entre 10 y 15 años tiene móvil, y la cifra asciende al 96% a partir de los 15. Por eso, hablar de adicción a las pantallas no es hablar de tecnología “mala”, sino de cómo los jóvenes se relacionan con ella.
La llegada del primer móvil suele coincidir con la entrada en la ESO, momento de mayor autonomía y búsqueda de intimidad. En esta etapa, muchos padres se preguntan: “¿por qué necesita mi hijo un móvil tan pronto?”. Más allá del dispositivo, lo importante es para qué lo usa: pertenencia, vínculo, identidad, diversión.
Esta inmersión digital puede ser positiva, pero también derivar en un uso problemático difícil de gestionar.
Pantallas en la infancia y adolescencia: cuándo el uso se vuelve problemático
Los psicólogos hablamos de uso problemático de pantallas cuando el móvil, los videojuegos o las redes sociales empiezan a interferir en la vida del menor. El patrón desadaptativo aparece cuando el niño o adolescente:
se aísla de sus amigos,
deja actividades que antes disfrutaba,
tiene un descenso en el rendimiento académico,
muestra pérdida de control sobre el uso del dispositivo.
En estos casos, la pantalla se convierte en la principal herramienta para regular emociones, calmarse o sentirse acompañado. Aunque no hay cambios físicos comparables a las adicciones químicas, sí encontramos:
necesidad creciente de uso,
irritabilidad cuando no tiene acceso,
malestar intenso cuando se le limita.
Algunas señales tempranas que pueden alertar de una posible adicción a las pantallas son:
Problemas de rendimiento escolar.
Falta de actividades fuera de casa.
Menor interés por quedar con amigos.
Irritabilidad al limitar el uso del móvil o la videoconsola.
Dificultad para parar de jugar.
Problemas de sueño.
Ausencia de intereses alternativos.
Conflictos habituales por normas y límites.
Foco excesivo en videojuegos o redes.
El uso compulsivo de pantallas puede ir acompañado de síntomas emocionales, como:
Irritabilidad intensa al retirar el dispositivo.
Aislamiento social.
Descenso del rendimiento escolar.
Mentiras sobre el tiempo de uso.
Alteraciones del sueño.
Uso compulsivo (“solo un minuto más”).
Falta de actividades alternativas que aporten bienestar.
Para prevenir la adicción a las pantallas, no se trata de prohibir, sino de enseñar un uso saludable. Estas pautas ayudan a encontrar equilibrio:
1. Establecer normas claras y coherentes
Sin pantallas antes de los 2 años.
De 2 a 5 años: máximo 1 hora diaria.
A partir de 6 años: entre 1 y 2 horas al día.
Dispositivos en zonas comunes, nunca en el dormitorio.
Rutinas sin pantallas: comidas, trayectos, antes de dormir.
2. Supervisar el contenido, no solo el tiempo
Revisar clasificación PEGI.
Conocer redes, juegos y apps que utilizan.
Hablar de privacidad, ciberacoso y riesgos online.
Acompañar, observar y comentar lo que consumen.
3. Fomentar actividades alternativas
Deporte, actividades artísticas, lectura, aire libre.
Juego libre sin pantallas.
Espacios sociales presenciales.
4. Ser un modelo de uso saludable
Evitar el uso constante del móvil delante de ellos.
Establecer momentos sin pantallas para toda la familia.
5. Ayudarles a regular emociones sin recurrir a dispositivos
Trabajar frustración, aburrimiento, tristeza.
Enseñar estrategias de regulación emocional.
Ofrecer alternativas al malestar.
Cuando el uso de pantallas afecta al bienestar emocional, social o académico del menor, es importante buscar ayuda profesional. En Komit Psicología (Montecarmelo) ofrecemos un enfoque integral y especializado para uso problemático de pantallas en niños y adolescentes. El objetivo no es eliminar la tecnología, sino recuperar el equilibrio.
1. Evaluación completa del menor y la familia. Analizamos:
la historia del uso del móvil o los videojuegos,
la función emocional de las pantallas (escape, calma, pertenencia),
la dinámica familiar, normas y rutinas,
y la presencia de ansiedad, irritabilidad o baja autoestima.
Esta exploración nos permite comprender qué mantiene el uso abusivo y cómo intervenir.
2. Regulación emocional y autocontrol. Ayudamos al menor a:
identificar y expresar emociones,
gestionar frustración y aburrimiento sin pantallas,
reducir impulsividad,
usar el móvil de manera consciente y equilibrada.
3. Establecimiento de límites claros. Trabajamos con la familia para crear límites sostenibles:
horarios definidos y coherentes,
dispositivos en zonas comunes,
reducción gradual del tiempo de uso,
rutinas sin tecnología (antes de dormir, comidas).
Esto disminuye discusiones y mejora la convivencia.
4. Recuperar intereses fuera de las pantallas. Impulsamos:
actividades deportivas y creativas,
relaciones sociales presenciales,
juego libre,
fortalecimiento de la autoestima.
Cuantas más alternativas de bienestar tiene el menor, menor es su necesidad de acudir a la pantalla.
5. Prevención de recaídas: Enseñamos a la familia a identificar señales de alerta: irritabilidad, aislamiento, aumento del tiempo de uso y problemas de sueño. Con herramientas claras, pueden actuar a tiempo y mantener los avances.