Comer es mucho más que una conducta biológica destinada a obtener energía; es un acto profundamente influido por el entorno, la cultura, las emociones y las relaciones sociales. Desde la psicología, la alimentación se entiende como un comportamiento situado, es decir, no ocurre en el vacío, sino dentro de un contexto físico, social y emocional que moldea qué, cómo, cuándo y cuánto comemos. Numerosos estudios señalan que factores como el estrés, las normas culturales, la disponibilidad de alimentos o las dinámicas familiares influyen directamente en los hábitos alimentarios, a veces más que el propio hambre fisiológico (Wansink, 2010; Herman & Polivy, 2008).
Comprender la comida como un acto contextual permite abordar la relación con la alimentación de una manera más amplia y compasiva. Esto es especialmente relevante en la intervención psicológica, donde se observa que muchas dificultades —como la alimentación emocional, los atracones, los rechazos alimentarios o las dietas restrictivas— no se explican únicamente por la fuerza de voluntad, sino por la interacción de la persona con su entorno y su mundo interno (Kristeller & Wolever, 2011). Explorar estos factores ayuda a construir una relación más saludable y consciente con la comida, alejándose del enfoque rígido de “control” y acercándose a un modelo basado en el autoconocimiento, la regulación emocional y el bienestar.
La alimentación es una necesidad primaria, ligada a la supervivencia de cada especie. Sin embargo, su carácter primario no la excluye de su dimensión social. Cada época y cada cultura generan un sistema de valores que regula cómo se come, qué se considera adecuado y qué no, influyendo en los hábitos alimentarios de niños y adolescentes.
Los hábitos alimentarios son un conjunto de normas que se construyen socialmente y que los niños aprenden desde edades muy tempranas. Esto incluye desde cómo sentarse a la mesa o qué cubiertos usar, hasta la forma de masticar, degustar o reconocer las señales de hambre y saciedad. Su aprendizaje requiere modelo adulto, paciencia, coherencia y repetición.
Procesos y dificultades comunes en la primera infancia
En los primeros años, es frecuente que surjan dificultades relacionadas con:
Velocidad de ingesta:
Una ingesta excesivamente rápida puede reflejar dificultades de regulación emocional o impulsividad; una ingesta muy lenta puede vincularse a rechazo, dispersión o menor interés por la comida.
Cantidad de comida:
Comer “mucho” o “poco” no siempre refleja hambre real. A veces indica que la alimentación se está polarizando, influida por emociones, rutinas disfuncionales o respuestas al entorno.
Cambios de estado (líquido a sólido):
La transición en texturas puede generar rechazo, arcadas o malestar. Es un proceso evolutivo normal, pero a veces puede necesitar acompañamiento.
Variedad de alimentos:
La neofobia alimentaria —rechazo a probar alimentos nuevos— es muy común entre los 2 y los 6 años. No es un capricho: es un hito evolutivo asociado a seguridad y maduración.
Elaboración y presentación:
El color, la textura, la temperatura y la forma de presentar un alimento pueden favorecer o entorpecer su aceptación. Pequeñas variaciones pueden marcar una gran diferencia.
Muchos de estos patrones se explican desde la psicología evolutiva y conductual:
Los niños aprenden por imitación (Bandura); por eso observar a un adulto comer un alimento nuevo aumenta la probabilidad de que lo acepten.
La alimentación se regula por señales internas y externas. Cuando las externas (presión, premios, castigos, pantallas…) dominan, el niño puede desconectar de su sensación de hambre y saciedad.
La relación con la comida en la infancia está estrechamente ligada al desarrollo emocional: para muchos niños, la mesa es un escenario donde se expresan control, ansiedad, autonomía o búsqueda de atención.
Aunque cada niño vive la alimentación de forma diferente, en la infancia aparecen con frecuencia problemas considerados “menores”. No hablamos aquí de trastornos de la conducta alimentaria (TCA), sino de dificultades funcionales que pueden generar estrés en las familias.
Estos síntomas pueden analizarse en función de:
Las conductas observables: gritos, negación, miedo, distracción, rechazo persistente…
La forma y frecuencia de la conducta: ¿ocurre a diario? ¿solo en ciertos alimentos? ¿en casa pero no en el colegio?
La interferencia: qué hace que sea problemática (duración de comidas, tensiones familiares, impacto nutricional…).
Factores que la mantienen: rutinas desestructuradas, presión para comer, uso de pantallas, ansiedad…
Qué podría favorecer su desaparición: intervenciones basadas en refuerzo positivo, modelado, regulación emocional, y una relación más respetuosa con el ritmo del niño.
Tratamiento de dificultades alimentarias en Komit Psicología (Montecarmelo)
En Komit Psicología, en Montecarmelo (Madrid), ofrecemos un acompañamiento profesional, cercano y basado en la evidencia científica para familias cuyos hijos muestran dificultades en la alimentación durante la primera infancia y la infancia media (0–9 años).
Nuestro enfoque combina:
Psicología evolutiva
Trabajo en regulación emocional
Educación en hábitos alimentarios saludables
Acompañamiento a familias
Intervención práctica y personalizada
El objetivo es reducir la ansiedad en torno a la comida, mejorar la experiencia en la mesa y favorecer que los niños desarrollen una relación más sana, flexible y consciente con la alimentación.